Valencia 17 de mayo 2020. Semana 9 de aislamiento
Mañana se van a abrir las puertas de las casas de dos tercios de españoles, y en una semana más confiamos que para todos. Tenemos las cifras más bajas de contagios y fallecimientos desde hace dos meses, y eso hace pensar que el tratamiento ha sido eficaz, que la pandemia se está controlando. Pero la alerta debe ser continua, no hay que bajar la guardia, hemos de actuar con responsabilidad. Si relajamos las medidas de protección y estrechamos el contacto con muchas personas, el riesgo de un nuevo brote es más que probable. Tenemos miedo. Una encuesta esta semana indicaba que un tercio de los españoles mira la desescalada con agobio, aunque hay más que ven esta nueva etapa con ilusión. El temor a lo que viene ahora genera incertidumbre, no sabemos cómo vamos a desplazarnos, cómo relacionarnos, cuándo podremos hacer actividades multitudinarias, tan frecuentes y necesarias en nuestra cultura mediterránea.
El paralelismo con la experiencia del cáncer es evidente. Cuando el tratamiento acaba, brotan nuevos sentimientos de desprotección y vulnerabilidad. En el hospital durante la quimio o la radioterapia se estaba vigilado, el riesgo estaba controlado. Pero cuando se da el alta, el paciente ya no es el mismo. Se desearía volver a la vida de antes, pero no es posible, quedan secuelas físicas en el cuerpo, una tormenta emocional, cambios de rol en la familia y en el trabajo, muchas dudas e inseguridades. Se pasa a una nueva fase con el reto de “vivir tras el cáncer”. Y surge el miedo a la recaída, el síndrome de la espada de Damocles, que está suspendida de un hilo encima de la cabeza y en cualquier momento puede caer. No es fácil vivir así, pues el miedo atrapa y deja una actitud de amenaza con angustia y desasosiego. Es el miedo al futuro incierto.
Con el inicio de la desescalada y la salida de los domicilios, existe miedo a lo que puede pasar a partir de ahora. Tenemos secuelas, más de las que imaginamos, se duerme mal, hay pesadillas. Las casi 28000 familias que han perdido un ser querido no han podido acompañarlas, ni siquiera despedirlas, y eso deja huella. Secuelas en nuestras relaciones interpersonales; el aislamiento prolongado está alterando la vida de millones de niños, muchos que ahora no se atreven a salir a la calle por el miedo al virus, que recuerda al “coco” invisible y amenazador con el que nos dormíamos asustados de pequeños. No pueden aún jugar con otros niños, algo traumático que deja una huella psicológica. Afortunadamente la mayoría ha gozado de más cercanía de sus padres, demasiado ausentes y ocupados antes de la pandemia. Hay miedo a la enorme crisis económica que va a durar meses, a que haya revueltas sociales, a que cambie el panorama de paz social ante la necesidad de millones, a que cierren empresas definitivamente y se pierda el proyecto vital de muchos. Hay desasosiego por la falta de líderes con visión colectiva, que sean respetables, con autoridad y conciencia, no solo con poder. Hay temor de que el anhelado cambio social que esta oportunidad ofrece para diseñar un mundo más justo, equitativo y fraterno, sea solo una utopía, esté lejos del alcance de las personas normales, y quede en manos de poderosos que van a hacer como siempre lo que más ajusta a sus intereses particulares y egocéntricos.
Pero es precisamente ahora cuando hemos de mirar a la nueva realidad, esa “nueva normalidad” que significa que no será ya nunca la de hace tres meses, pero que debe volver a existir. No se puede mantener indefinidamente un estado de alarma y un mando único en una sociedad plural, hay que volver a trabajar, divertirse, compartir, viajar, de formas nuevas, creando nuevos hábitos, aprendiendo todos juntos a relacionarnos de otro modo.
Pasamos de un estado de aislamiento a un estado de vigilancia activa. Dice Chiara Lubich que se vigila porque se teme y se teme porque se ama a alguien a quien no se quiere perder. La vigilancia está por encima del miedo, pues su causa es el amor a los que son importantes para nosotros. Y no sólo, sino también a cualquier otra persona que pasa a nuestro lado y que, por fin, estamos tomando conciencia de que es un prójimo, alguien como yo, con la misma dignidad, rodeada de sus circunstancias que ya no me son ajenas. Si me pongo una mascarilla la finalidad primera no es protegerme en una burbuja, sino proteger al que está en mi proximidad, porque cada uno podemos ser un foco de contagio para el otro. Aprenderemos a convivir de maneras diferentes.
Hemos sabido esta semana que en España hay más de dos millones de personas que ya han tenido contacto con el virus y sólo hemos detectado en fase activa una décima parte. Esto indica que muchos más nos iremos contagiando poco a poco durante los próximos meses o años. Pero también indica que aunque sea muy contagioso, la COVID19 tiene una mortalidad real de poco más del 1% con buena asistencia médica. Obviamente si millones nos infectamos a la vez volverá la saturación de urgencias y las escenas dramáticas que los medios apenas han mostrado y que nadie quiere volver a vivir. Nuestros sanitarios no merecen seguir contagiándose y poniendo en riesgo sus vidas y las de sus familias.
Por tanto no hay que dejarse atrapar por el miedo. Viktor Frankl habla de “autodistanciamiento”, salir de uno mismo para ver desde fuera los propios problemas con más objetividad, distanciarnos de la situación conflictiva, reconocer el miedo pero relativizarlo. Y en esta pandemia, además hay que mantener ese otro distanciamiento social para prevenir una recaída. Es esencial que cada uno, sí, cada uno, asuma la responsabilidad de proteger y atender a los demás, para construir un modelo nuevo de sociedad, donde todos estamos interrelacionados.
Se trata de mirar adelante, crear redes de colaboración y poner de relieve las que ya existen, sin esperar a que líderes, políticos, autoridades tomen la iniciativa, porque depende de cada uno. Unir más aún a las familias, a las comunidades de vecinos, colaborar con las asociaciones vecinales, ONGs, grupos culturales, deportivos, desarrollar iniciativas que buscan la promoción del bien común, en cada barrio, en cada pueblo, en cada ciudad, con la vista puesta en una fraternidad universal a la que nos vemos abocados por nuestra naturaleza y como necesidad de supervivencia.
Entre el miedo y la esperanza, apliquemos el autodistanciamiento para vencer el miedo, y adentrémonos en este nuevo presente que nos invita a trabajar activamente para que la nueva normalidad refleje una creciente fraternidad.
José Luis Guinot Rodríguez
Médico Oncólogo
Presidente de la Asociación Viktor E Frankl de Valencia