LA VISIÓN DEL SER HUMANO Y DEL MUNDO DE VIKTOR FRANKL (EL ANÁLISIS EXISTENCIAL Y LA
LOGOTERAPIA) ES LA MOTIVACIÓN PARA LA ACCIÓN DE LOS QUE NOS CONSIDERAMOS
SEGUIDORES DE SU LEGADO.
Hay muchas vivencias, siempre intensas y a veces dramáticas, que nos llevan a un despertar del sentido en la vida. Quiero centrarme en varias de ellas: La soledad, la manera en que enfocamos nuestro modo humano de enfermar, el balance de vida cuando estamos en el ocaso de nuestra existencia que aún podemos cuadrar y redondear. La pandemia que estamos viviendo como sociedad global es una de esas vivencias. Esperemos que sea coyuntural, pero ahora mismo tamiza todo lo que nos ocurre. Tiene que ser una oportunidad que la vida nos ofrece para poder seguir buscando sentido a nuestra existencia. Pero para que esto sea posible, necesitamos la presencia de unos valores que nos atraigan y que nunca nos van a empujar en modo instintivo. Son valores que no inventamos nosotros, que portamos desde el inicio de nuestra vida como un verdadero equipamiento existencial, pero que tenemos que trabajar constantemente a lo largo de la vida. La libertad, la responsabilidad, la conciencia, la vida planteada como una tarea y una misión, la frágil vivencia de que la vida tiene sentido en toda circunstancia y la inestable seguridad de que todo lo vivido (lo bueno y lo no bueno) no se pierde por la fregadera de la historia. Todos éstos son valores en lo que podemos apoyarnos para vivir y ayudar a otros a hacerlo.
Un comentario sobre los tres aspectos que he señalado al inicio.
a.- La soledad del mayor.
Son muchas las personas a las que la vida les ha llevado a vivir la dureza de la soledad no querida, provocada por distintas causas. Se trata de personas que tienen un sufrimiento ineludible, que les ha sido impuesto. Esta soledad, que podemos llamar mejor aislamiento, puede ser un Aislamiento causado por uno mismo. (Porque nuestro mundo inmediato se ha desvanecido, por desconfianza, porque nos cuesta pedir apoyo o por procesos depresivos, enfermedad). Y puede ser un Aislamiento causado por los demás. (Porque las familias, a veces, se rompen, por rotura de vínculos, por egoísmo, por situaciones traumáticas o porque los amigos se alejan o desaparecen.)
Estas personas necesitan del encuentro humano. No cabe duda de que algo que da un gran sentido a la vida es el encuentro humano. La persona puede carecer de bienes materiales, de lujos, de trabajo, de salud incluso, ¡si tiene vínculos afectivos estrechos, su vida no carecerá de sentido! Tener momentos de soledad es nutritivo, sabroso, indispensable para poder interiorizar, para estar con uno mismo, para estar con Dios. Muy distinto es el aislamiento. La soledad es un problema en especial engañoso porque aceptar y hablar de nuestra soledad conlleva a una profunda estigmatización. Admitir que estamos solos puede sentirse como aceptar que hemos fallado en los terrenos fundamentales de la vida: la pertenencia, el amor, el apego. Y eso hace que pedir ayuda sea difícil. El aislamiento social se está convirtiendo en una epidemia: cada vez se reconocen más sus nefastas consecuencias a nivel físico, mental y emocional. La soledad puede acelerar el declive cognitivo en los adultos mayores. Hasta un 40 por ciento de nuestros mayores están solos.
La conexión entre los seres humanos está en el centro del bienestar humano. Depende de todos nosotros (médicos, pacientes, cuidadores, vecinos y comunidad) mantener los vínculos ahí donde se están desdibujando, y crear nuevos vínculos donde nunca han existido.
En este aislamiento se presenta con crudeza lo que Viktor Frankl denominaba la tríada trágica del ser humano. Frente a la tríada trágica que acompaña a toda persona en su vida, el sufrimiento, la culpa y la muerte, la logoterapia piensa que hay que responder: transformando el sufrimiento en servicio y en oportunidad de maduración y de crecimiento personal, trasformando la culpa en cambio y en reparación de errores, y convirtiendo el hecho de morir en un acicate para la acción responsable, no posponiendo las tareas existenciales.
b.- El balance de una vida fugaz.
Al atardecer de la vida se acumulan preguntas de hondo calado que nos interpelan, tanto si lo vivido nos parece mediocre o incluso indigno como si pensamos que nuestra vida ha sido exitosa y con la mayoría de los objetivos conseguidos. ¿Qué balance hago yo de mi vida pasada? ¿Desde qué actitudes hago yo este balance? Estas preguntas las proyectamos también hacia lo que nos queda por vivir: ¿Qué futuro me espera? ¿Qué va a ser de mí? Es, quizá, la única pregunta importante. Es la pregunta por la salvación. Es la pregunta que formula el joven rico del evangelio: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
Muchos acontecimientos nos han acaecido en nuestra vida. La mayoría nos han sido impuestos, no los hemos programado para nosotros, estaban fuera de nuestros planes. Démosles la vuelta, aceptándolos y, a la vez, reasignándoles un significado y buscando en ellos sentido. Transformémoslos en auténticas vivencias para nosotros haciéndolos nuestros. Nuestra vida es transitoria y limitada pero no es provisional. No pospongamos nuestras tareas existenciales ni las eludamos. Soy yo el que las tiene que realizar y las tengo que hacer ahora. Este tiempo que nos queda, que intuimos corto, ha de ser un estímulo para la acción responsable, que ya no tendrá como fin nuestro provecho, sino que lo podemos transformar en don para los demás. Pasemos de ser “seres vividos” a ser “seres vivientes”.
En este balance de vida, el papel del recuerdo (que etimológicamente significa “volver a pasar todo por el corazón”) es fundamental. El recuerdo es más que el simple hacer memoria de una serie de acontecimientos. No es escarbar en nuestro pasado para descubrir causas o determinismos ocultos que nos han forzado a ser de una manera, sino que es valorar lo ocurrido desde nuestro hoy para rescatar lo positivo y bueno, todo aquello que aún se mantiene en pie y que pueden dar significado a nuestra vida. Incluso las faltas, aún las más graves, las podemos ver como aquellos recovecos del camino que era necesario transitar para poder captarnos en toda nuestra profundidad y misterio. Desde nuestro presente podemos dar luz y reasignar nuevo sentido a todo lo vivido. Sin por ello negarlo, ni ocultarlo, ni falsificarlo, ni siquiera deformarlo. Podemos incluso restaurar o sanar heridas causadas por graves desencuentros humanos, aunque esas personas ya no sean alcanzables porque han fallecido.
La mayoría de las personas nos movemos a lo largo de la vida en la dirección del éxito, huyendo del fracaso. Pero tenemos la opción de plantear la vida de otra manera. Atravesando la línea fracaso-éxito, podemos recorrer un camino que, huyendo de la desesperación y del sin sentido nos acerque a la plenitud. Podemos dar dos respuestas a la pregunta que nos hace el pasado. La primera puede ser de rechazo o aversión, o de resentimiento o agresión o también de resignación o depresión. Por el contrario, la segunda respuesta puede ser de reconocimiento o agradecimiento, o de aceptación, o también de deseo de concluir la cosecha y la misión. Con la primera respuesta obtenemos Vacío de sentido. Con la segunda respuesta podemos obtener cierta Plenitud de sentido.
Cuando el pasado nos parece mediocre o incluso nos atormenta debemos pensar que el final de la vida no la vacía de sentido. A pesar del desengaño respecto a los logros obtenidos, a pesar de sentir que no hemos aprovechado la vida y la sensación de impotencia por no poder cambiar nada de lo pasado, podemos pensar y llegar a creer que un presente luminoso ilumina todo nuestro pasado. Si hacemos balance erróneo es porque lo hacemos en el nivel del HABER o TENER (que es el destino) en vez de hacerlo en la dimensión del SER (que es la libertad y la responsabilidad). Y que es dinámica, entre el ser y el deber ser, es decir entre las posibilidades de sentido ya realizadas y las que aún nos espera, entre la cosecha que ya está en el granero de la eternidad y la que todavía queda en el campo de la vida.) Tenemos nuestra libertad espiritual (el poder de obstinación del espíritu). Somos libres de aceptar el destino, de doblarnos ante él o de oponernos a él.
c.- El modo humano de enfermar.
El dolor y la enfermedad, que configuran al homo patiens, son parte ineludible del existir humano. Parte esencial en la configuración del ser humano y del mundo. No es un advenedizo ocasional sino un compañero inseparable de viaje. En este mundo, antes o después, el hombre se enfrenta al dolor, enferma, entra en estado de sufrimiento y de carencia. Cuando esto ocurre, acude en busca de alivio a su padecer. En esta vivencia del dolor no sólo hay un desajuste, sino una “carga emocional” imponderable. La persona se encuentra parada, detenida, “atascada” en una situación que no ha podido elaborar. Se ha roto el proyecto de su vida. Este juguete roto acude a la medicina. Y en muchas ocasiones, la medicina ha olvidado su función: la de servir. La medicina, con frecuencia, sólo llega a ver la enfermedad, la causa etiológica, el síntoma y el desenlace. Se ha olvidado del enfermo, de todo su mundo interior y exterior destartalado.
El vínculo, la relación humana, es la principal herramienta curativa para el enfermo. No cura el psicólogo o el médico con su saber, no cura la técnica. Lo que cura es la relación. El encuentro entre dos personas, una dispuesta a ayudar y la otra dispuesta a ser ayudada. Y si se produce un encuentro verdadero, la persona “paciente” se lleva esta experiencia a su vida y la podrá extender para sus otros vínculos.
La logoterapia nos aporta una perspectiva integral y totalizadora de la persona en relación a su proceso de enfermar. Presenta una medicina antropológica (centrada en el ser humano) que es, a su vez, crítica con la medicina tecnológica, la nuestra de hoy, que sólo se fija en la enfermedad y no en el proceso humano que está viviendo el enfermo. Las crisis, y la enfermedad es una de ellas, nos pueden ayudar a madurar, a ampliar la visión, a crecer. Viviéndolas podremos irnos alejando del gratificante concepto de “autorrealización personal” para podernos “preocupar” por algo o por alguien del mundo exterior a nosotros. El sufrimiento hace transparente al ser humano y al mundo. Le revela algo que está detrás.
El vacío existencial es la vivencia del “sin-sentido” que nos hace sufrir, y no es ninguna neurosis, ninguna enfermedad mental. Es una prerrogativa del ser humano, un privilegio que lo impulsa a luchar, a buscar un significado para su vida. Es un “aguijón” incordiante que continuamente nos sacude para movernos al cambio, a la tensión sana, a la lucha personal, porque nada está predeterminado.
Cuando estar enfermo llega a ser la única tarea, nos pueden ayudar las palabras de Viktor Frankl, en su conocida cita: “Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues esa es su sola y única tarea. Ha de reconocer el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y está solo en el universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud que adopte al soportar su carga”. Y Frankl jamás dijo que el sufrimiento fuera necesario para alcanzar sentido, sino que el sentido es posible a pesar del sufrimiento.
Cuando el ser humano se enfrenta a una situación que le es imposible cambiar, se le presenta la oportunidad de realizar el valor supremo, de cumplir el sentido más profundo, que es el de tomar una actitud frente a este sufrimiento, no luchar más para sacárselo de encima, sino aceptarlo e integrarlo. A esta actitud se le ha llamado también la dignidad del hombre que sufre. Cuántas veces nos ha tocado acompañar personas que “sólo les queda sufrir” y están esperando el desenlace de una enfermedad terminal, y sin embargo nos transmiten que están “sufriendo con dignidad”. La actitud que han tomado los ha engrandecido como personas y son un ejemplo para los demás.
Recordemos todos: El sentido está siempre presente. El ser humano es capaz de encontrar un sentido en su vida independientemente de su sexo, edad, cociente intelectual, grado de formación, estructura caracteriológica y medio ambiente, de que sea o no religioso, y aún de la confesión religiosa a que pertenezca.
Un programa para la vida:
- “SI NO LO HAGO YO, ¿QUIÉN LO HARÁ?
- SI NO LO HAGO AHORA, ¿CUÁNDO LO HARÉ?
- SI SÓLO LO HAGO PARA MÍ, ¿QUÉ SOY ENTONCES?”
(Hillel)
Santiago Muñoz Guillén.
Para el boletín “Acompañar”. Febrero de 2021