EL SUICIDIO: UNA PUERTA FALSA A LA VIDA.

ASVEF

Y Vd. ¿por qué (ya) no se suicida?
Ésta era la pregunta que el célebre psiquiatra Viktor Frankl, creador de la logoterapia, hacía a alguno de sus pacientes durante el tratamiento psicoterapéutico tras un intento de suicidio. Quería hacer pensar a su consultante por el sentido más profundo de su vida. Hoy, querido lector, quiero también reflexionar sobre lo que nos impulsa a vivir, aún en las situaciones más angustiosas. En cualquier manual de psicología podemos encontrar los factores y circunstancias que pueden llevar al suicidio, pero la gran cuestión es: ¿qué nos impulsa a vivir?

El suicidio: puerta de salida o puerta de entrada.
El suicidio se puede pensar y realizar como “liberación” de los conflictos que invaden al ser humano en ese momento. «No puedo más» o «Estoy harto de sufrir» son algunas de las formulaciones de la persona con ideas suicidas.
Se contempla el suicidio como una puerta de salida, dado que la situación personal, familiar o social parece insoportable. No importa tanto lo que se va a encontrar después de la muerte, como lo que se va a dejar: dolor, pena y sufrimiento. Así, lo urgente es librarse del «callejón sin salida» en el que el pre-suicida se encuentra inmerso. Y busca, sobre todo, superar la angustia presente, sin fijarse en lo que puede encontrar detrás del acto voluntario de morir. Pero
con ello, lo que en realidad consigue es no encontrar otra alternativa a su problema.

También el suicidio se puede considerar como puerta de entrada a una situación de tranquilidad y sosiego, donde no exista ni la angustia ni el sufrimiento. Entonces no se pone el acento en la vivencia insoportable actual, ni en el deseo de cambio, sino en la búsqueda de un paraíso o felicidad plena (como un intento de volver a esa vivencia gratificante y segura del útero materno). También aquí se da por supuesto, de forma errónea, que el problema es irresoluble y que la única posibilidad es la muerte. Es como querer acceder a un edificio por una ventana.

Frankl (1978) se pone en la piel de la persona que quiere suicidarse y hace mención al concepto de “suicidio balance” descrito por Shneider (1952). No obstante, cuestiona que un balance valorativo de la vida pueda conducir al suicidio, ya que el autor duda que alguna vez ese balance sea tan negativo “que necesariamente haya de considerarse carente de todo significado el seguir viviendo”. También critica la legitimidad del suicidio afirmando que: “Bastaría con que uno solo entre los muchos que intentan suicidarse convencidos de que se encuentran en una situación sin salida no tuviera, a la
postre, razón: con que solo uno de estos desdichados, al salvar su vida, encontrarse más tarde la salida en que no creía antes para condenar como ilegítima toda tentativa de suicidio”.

La lógica de la persona que se quiere suicidar.
Es evidente que la vivencia suicida es compleja (tiene muchas caras e intersecciones de motivos y sentimientos), pero lo que nos hace imposible entender al que se quiere suicidar es que intentamos comprender desde “nuestro círculo de vida” a una persona que está “en el círculo de la muerte”. El suicidio, como los sueños, tiene una lógica propia, no es racional, sino consecuente con estar en otra dimensión. La persona con comportamientos suicidas se sitúa en un círculo hermético que otros autores denominan como “lógica suicida” o “mente suicida”, y en el que cualquier acontecimiento, por simple que parezca, le puede precipitar al abismo de la muerte. Pero lo importante no es el factor
desencadenante, sino cómo vive la persona la situación concreta, que es realmente lo nuclear del problema.

Así, la gran pregunta que tenemos que hacer no es “¿Vd. por qué quiere suicidarse?” (el motivo puede ser objetivamente baladí), sino “¿Vd. por qué no se suicida?”, lo que nos llevará a descubrir si la persona se encuentra en el “círculo de la vida” o en el “círculo de la muerte”. Si los motivos para vivir son débiles o no existen, podremos asegurar que el riesgo de muerte es alto. Frankl (2003) dice al respecto: “La vida está potencialmente llena de sentido en cualquier situación, sea agradable, placentera o miserable… El sentido es accesible a cada uno, independientemente del sexo, edad, cociente intelectual, antecedentes educacionales, estructura de carácter y medio ambiente, independientemente si uno es religioso o no, y en caso de ser religioso, independientemente de la confesión a la que uno pertenezca”. Y en otro lugar Frankl (1980) afirma: “También el suicida cree en un sentido, si no de la vida, de la prolongación de la vida, sí al menos en un sentido de la muerte. Si ya no creyera en ningún sentido, no podría ni tan siquiera mover un dedo y tampoco se suicidaría”.

La estatua y el caballo.
En las situaciones límite (diagnóstico mortal, un suicidio, la muerte de un niño, una enfermedad incurable, etc.) es cuando es imprescindible no quedarse atrapado en la angustia propia del acontecimiento. En estas situaciones lo importante es que la persona encuentre un sentido en su vida con sufrimiento. Así, cuando nos encontramos con una persona que afirma no tener futuro, servirá de poco discutir con él esa afirmación. Será mejor enfocarse en posibilitar que encuentre sentido a su presente, centrándonos en su propia capacidad para encontrarlo. Un pequeño relato puede ejemplarizar esta cuestión:

Había una vez un escultor que tenía una academia donde acudían niños de todas las
edades a contemplar como trabajaba la piedra. Un día, el alcalde del pueblo le encargó una
estatua de un caballo para la plaza del pueblo. Los niños, atónitos, contemplaron la gran
masa de piedra de granito que era llevada hasta el taller, donde el artista comienzó a
moldear la piedra. Uno de los niños más pequeños se ausentó durante un tiempo del pueblo
y, cuando volvió al taller, se sorprendió al ver la estatua del caballo. El niño le preguntó al
escultor: ¿Cómo sabías que dentro de la piedra había un caballo?

La realidad es que el caballo estaba en la cabeza del artista, no en la piedra; y gracias a eso la estatua pudo estar presente en la plaza del pueblo. De la misma manera, en muchas ocasiones, el ser humano es el gran desconocido para sí mismo. Y, sobre todo en las situaciones límite, es donde puede descubrir todo los que lleva dentro; encontrando el “caballo” (el sentido) que esconde bajo su apariencia de fragilidad, su angustia o su desesperanza.

Un sí a la vida.
La logoterapia se diferencia básicamente de la psicoterapia tradicional en que la última está preocupada en buscar los motivos por los que la persona dice “no” a la vida. Sin embargo, la logoterapia se preocupa de buscar un “sí” a la vida, a pesar de la adversidad (Lukas, 2006). En realidad, podemos afirmar que el suicidio es una puerta falsa a una problemática personal. O como dice Edwin Shneidman (1985): “el suicidio es una solución eterna para lo que a menudo no es más que un problema temporal”.

Alejandro Rocamora Bonilla. 
Psiquiatra. 
Ha trabajado en un Centro de Salud Mental de la Comunidad de Madrid y como Profesor en la Facultad de Psicología de la Universidad Pontificia Comillas (Madrid).
Estuvo en el inicio del Teléfono de la Esperanza y ha colaborado en esa Institución durante más de cuarenta años.
Es Profesor del Centro de Humanización de la Salud 
(CEHS) y Socio Fundador de la Sociedad Española de Suicidología.

Boletín Acompañar Nº60 – Marzo 2016

Referencias
Frankl, V. (1978). Psicoanálisis y existencialismo. De la psicoterapia a la logoterapia. México: Fondo de Cultura Económica (Original de 1950), p. 95.
Frankl, V. (1980). Ante el vacío existencial. Barcelona: Herder., p.113
Frankl, V. (1992). Teoría y terapia de las neurosis. Barcelona: Herder., p.98
Frankl, V. (2003). La idea psicológica del hombre. Madrid: Rialp., p.38
Lukas, E. (2006). También tu vida tiene sentido. México: LAG., p. 40
Shneidman, E. (1985). Definition of suicide. (pp. 202-213.) New York: John Wiley & Sons.

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