El sentido. Una búsqueda que nos encuentra.
«Si tenemos nuestro propio porqué en la vida, podemos soportar casi cualquier cómo«. Esta frase es parte de uno de los aforismos de Nietzsche y de ella se sirvió Viktor E. Frankl para aproximarnos a la noción de sentido.
Citada en su libro El hombre en búsqueda de sentido y en referencia a su vivencia en el campo de concentración nos dice: “Las palabras de Nietzsche: pudieran ser la motivación que guía todas las acciones psicoterapéuticas y psicohigiénicas….Desgraciado de aquel que no viera ningún sentido en su vida, ninguna meta, ninguna intencionalidad y, por tanto, ninguna finalidad en vivirla, ése estaba perdido.” (Frankl, El hombre en busca de sentido, 2001)
Como podemos advertir en esta cita, Frankl considera al sentido como una especie de meta que afirma la propia voluntad. Cuando alguien tiene un propósito, este se convierte en una brújula, una finalidad que mueve su existencia, incluso en situaciones extremas como fueron las que se vivieron en los campos de concentración.
Pero ¿cómo ocurre esto? ¿Es acaso un tema individual? ¿Es una tarea únicamente relacionada con el bienestar personal? ¿Es una búsqueda aislada de los demás?
En la actualidad, no es difícil encontrar personas que creen que el sentido es una cuestión meramente personal y de terrenos privados. La noción de autocuidado, a veces, se confunde con posturas de aislamiento y hasta defensa de todo lo foráneo. Muchas personas se centran totalmente en sí mismas y en sus necesidades. De hecho, es una reacción muy comprensible ante el dolor. Cuando la vida nos pone ante una situación de sufrimiento inevitable, la primera reacción es retirarnos, cubrimos con nuestro propio abrazo y percibir la soledad existencial como una cruda realidad.
Usualmente, cerramos el “yo “en una especie de defensa contra el estímulo doloroso. Quisiéramos borrar el acontecimiento y en esa ilusión a veces nos sumergimos en la autocompasión. Sin duda, este suele ser el primer peldaño de la larga escalera hacia el sentido. Hay personas que alargan esta reacción y sobre reflexionan sobre su situación, llegando a estrechar la visión de su propia vida, resintiendo su suerte y cayendo en el abismo de la rigidez de pensamiento. Frases como “no puedo” “no hay salida” “nadie me comprende” o similares pueden sacudirlos en una especie de callejón sin salida.
Yo y mis necesidades. Yo y mis heridas. Yo y mis demandas. Yo y mis sufrimientos. El “yo” doliente adquiere un protagonismo inusitado y el “centramiento” en cómo afrontar la situación demanda toda nuestra energía emocional, pero al mismo tiempo, nos reta a responder ante ello.
Usualmente es común este centramiento como primera reacción. De hecho, las reacciones del ser humano tienen su propia sabiduría y no debemos minimizar sus fortalezas, pero, hay que saber que cuando Frankl habla de sentido no se refiere a las reacciones sino a las respuestas. La diferencia es obvia. Una reacción es instantánea y una respuesta implica un tiempo de reflexión, una comprensión de lo vivido y un movimiento de la voluntad ante los hechos. Una reacción tiene sentido en un tiempo determinado mientras una respuesta es una madeja que empieza a desenrollarse en lo nuevo e imprevisible.
Son nuestras respuestas ante las primeras reacciones las que nos dejan entrever lo que significa el sentido. La tensión interna ante el dolor “se abre irrevocable e inalienablemente entre el hombre y el sentido que anhela ser realizado por él” (Frankl, Psicoanálisis y Existencialismo, 1997) y, por sí misma, se constituye en un llamado.
El “yo” sale de sí, busca, anhela, abre su mirada, expande su pensamiento, mira más allá de sus propias limitaciones y atraviesa su ámbito privado para ir más allá de los hechos dolorosos.
El “yo” trasciende las circunstancias, confía en que su existencia no marcha hacia el absurdo. Al enfrentarse al sufrimiento se doblega, se transforma; siente el movimiento que lo sacude por dentro y anhela ese posible significado que intuye.
Entonces atraviesa la auto compasión y se abre a la acción. Se implica por completo en la búsqueda y en la confianza de “arrancar incluso sentido al propio sufrimiento” (Frankl, Logoterapia y Análisis Existencial, 1990)
En este camino y de forma natural, la mayoría de las personas ansiamos compartir nuestros dolores; nos acercamos a nuestros seres queridos; anhelamos un abrazo y una palabra de aliento. Vamos en la búsqueda de sanación entregándonos a otros, cuidando de otros, descentrándonos por completo. Vamos a por nuestros paisajes favoritos, deportes, pasatiempos, etc. Rescatamos esos libros, música o películas que un día nos hicieron bien. Estamos atentos a las recomendaciones de otros, nos interesamos en las posibles soluciones y al hacerlo, “trascendemos”.
“Porque pertenece a la esencia del hombre el ser también abierto, “abierto al mundo”. Porque ser hombre significa, por sí mismo, estar orientado hacia más allá del sí mismo.” (Frankl, Psicoanálisis y Existencialismo, 1997)
Algo dentro de nosotros mismos nos impele a hacer cosas nuevas; a buscar nuevos caminos; nuevas relaciones y novedosas tareas. Con el tiempo, el dolor empieza a tomar nuevos matices y el “yo” advierte que, en su búsqueda por sanarse, se ha transformado. Una transformación que incluye el anhelo de compartirla. Entonces, ocurre un fenómeno muy profundo: nos asumimos vulnerables, necesitados, deseosos de reescribir nuestra propia historia y crece nuestra empatía. Una cercanía que nos impele a cuidar de otros.
Ejemplos abundan: libros que han surgido desde el sufrimiento; creación de grupos de cuidado mutuo; expresiones artísticas de toda índole; devociones renovadas; tareas solidarias; vínculos transformados, reconocimiento de la fuerza del perdón, de la gratuidad, etc.
Como dice Frankl, descubrimos el sentido gracias a esa tarea que queremos cumplir; a esa persona a quien amamos o a esos valores que sostienen nuestra actitud firme ante el destino.
En esta apertura, las puertas de la posibilidad se abren y las celdas psíquicas se vuelven manifiestas. Cuando nos sentimos atraídos por el sentido, advertimos la hondura de nuestra libertad porque nos vemos expuestos a ser libres en relación con “algo” o con “alguien”. Y esa conciencia nos permite también avizorar nuestros condicionamientos, nuestros límites y esas zonas en las que debemos trabajar. En plena consciencia de tal libertad nos damos cuenta de que somos seres de “posibilidad”.
Una posibilidad que abre el abanico de la vida y nos demuestra que el dolor que un día nos “inmovilizó” se ha convertido en la fuente de un cambio innegable. Un mundo posible en donde el sentido puede llegar a ser una inspiración inusitada de la que surgen novedosas actitudes y hasta heroicos comportamientos.
El sentido del que habla Frankl no es una lucha por superar un dolor o una pelea que elimine la auto compasión. No se traduce en términos de victoria o fracaso. No es un tema privado que solamente apela al sujeto asilado. El sentido implica el reconocernos como seres trascendentes, capaces de salir de nosotros mismos, de hacer frente a nuestras propias limitaciones, de transformarnos en y con el mundo y junto a las personas que nos rodean.
Desde este punto de vista, el sentido también es un camino hacia el encuentro, se construye gracias a la ayuda y el apoyo de otros; se erige como una tarea compartida que encuentra en esa realidad nuevos significados y valores.
Y es que el sentido no se agota en la auto realización. De hecho, ésta se convierte en su efecto pues el sentido no es un tema individualista, es un despliegue de la cualidad abierta del ser humano en donde el “yo” tiene el coraje de ir más allá del “sí mismo”.
Surge límpida la conciencia de nuestra libertad en coexistencia. La búsqueda por el sentido nos encuentra desde la primera pregunta ¿Qué hacer y cómo hacerlo? pasando por la dignidad de cada una de nuestras respuestas para desembocar en la vivencia de cuidarnos cuidando de otros o entregándonos a una tarea en un desafío constante de actitud.
Pero quizás la mayor fuerza que transmite la noción de sentido es la confianza extrema en el valor de la vida a pesar de todas sus complejidades. Una confianza que dignifica a cada ser humano sobre la tierra.
En este contexto, quizá la búsqueda de sentido es más que un mero concepto, quizá es un buen inicio para repensar a la existencia como una misión compartida, que nos abre, que abre a otros y que nos une en torno de la trascendencia.
Eliana Cevallos
Bibliografía
Frankl, V. (1990). Logoterapia y Análisis Existencial. Barcelona: Herder.
Frankl, V. (1997). Psicoanálisis y Existencialismo. México: FCE.
Frankl, V. (2001). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder.
Acompañar 71 – Febrero 2020