CONTAGIAR ESPERANZA

José Luis Guinot Rodriguez

Valencia 3 de mayo 2020. Semana 7 de aislamiento

 

El fruto del esfuerzo colectivo de privación de libertad se refleja en un control progresivo de la pandemia sanitaria en España. Empezamos ayer el desconfinamiento con paseos, deporte, y vida en la calle, en ciudades vacías de coches, con mucha menos contaminación, más limpias, un modelo de lo que nos gustaría que fuera la vida urbana si estuviera más centrada en las personas. En este periodo, deseando la vuelta a la normalidad, surge un tipo de sufrimiento que procede de otra de las dimensiones del ser humano: la intelectual o de reflexión. Habiendo superado por ahora el tsunami inicial, nos preguntamos: ¿por qué ha pasado? Algunos comienzan a cuestionar lo que se ha hecho bien o mal, buscan responsables por no haber previsto lo que nos venía encima, por no tener los recursos o las reservas adecuadas para evitar tanto contagio y tanta muerte. Se reclaman responsabilidades, se señalan culpables, se acentúa la ira y el enfrentamiento con opiniones diversas o contrarias. Asistimos a una reducción del sufrimiento por la enfermedad y el emocional, aunque el sufrimiento social aumenta, y además se crea un nuevo malestar, que nace de las dudas y la incertidumbre de lo que va a pasar, la confrontación verbal y el pesimismo.

Aún no tenemos respuestas para muchas preguntas, solo tenemos una certeza: que el mundo tal como lo conocíamos no va a volver. La crisis económica mundial, el cambio de relaciones interpersonales, la diferente forma de viajar, la dificultad para reunirnos con multitudes en el deporte o el ocio, dibujan un panorama imprevisible. Muchos comienzan a tomar conciencia de que esta oportunidad podría ser el alba de esa humanidad más fraterna y respetuosa con el medio ambiente, que éramos incapaces de conseguir, atrapados en el ritmo frenético de consumo en el que vivíamos apenas hace dos meses. Sin embargo otros analistas consideran que hay quien utiliza esta coyuntura en su propio provecho, que los más poderosos saldrán más ricos, y solo las clases bajas y medias acabarán padeciendo las consecuencias del desastre.

Son muchísimas las muestras de solidaridad y entrega que reflejan la capacidad del ser humano de hacer el bien gratuitamente, sin más interés que aliviar a los semejantes, algunas verdaderamente estremecen y hacer creer en la bondad del ser humano. Las redes sociales bullen de mensajes optimistas, invitando a la reflexión interior, al crecimiento personal y social en una nueva dirección. El planeta, agotado por la invasión de nuestra especie “ha provocado” un parón para recuperarse, para que cambie la dirección que nos llevaba al desastre.

Pero al mismo tiempo vemos enfrentamientos y odios, comenzando por quienes nos representan en el parlamento —un nombre pensado para el diálogo— donde asistimos a guerras particulares e intentos de imponer ideas en contra de los adversarios, o de proponer unilateralmente las normas que creen más adecuadas para salir de esta situación excepcional. Esas posturas contrarias comienzan a surgir, tras el impacto inicial, en los comentarios en entrevistas, conversaciones, entre gente normal, que dentro de su libertad quieren expresar su disconformidad, su rebeldía, su rechazo, provocando sentimientos de ira, agresividad, violencia verbal, en una carrera encaminada a la confrontación. Mal camino si anhelamos un mundo más justo y unido.

Y es que el ser humano tiene algo que nos distingue de cualquier otro ser vivo, la libertad, la capacidad de elegir entre el bien y el mal, entre el altruismo y el egoísmo, entre buscar el interés individual o el interés común. Se hablaba de bien común, pero nunca como ahora hemos descubierto lo que significa, ante un mal común como la pandemia. Viktor Frankl distingue entre la libertad “de” hacer lo que las circunstancias me permiten y la libertad “para” decidir qué hacer con ellas. La libertad va inexorablemente unida a la responsabilidad. Lo que yo elijo influye en otros, mis actos tienen consecuencias, y tengo libertad para decidir en qué dirección quiero actuar, no de hacer lo que yo quiero. Para evitar contagiar el virus a los demás debo limitar mi libertad de reunirme, de aproximarme, protegiéndome “para” proteger a otros. Es un ejercicio de responsabilidad que indica la conciencia social de cada uno y su nivel de desarrollo moral. El interés colectivo me hace decidir limitar mi libertad a costa de mi interés personal. Lo veremos durante las próximas semanas con la desescalada queriendo volver a la anterior normalidad, algo que hemos de asumir ya como imposible si queremos evitar mucho más sufrimiento con nuevos brotes de enfermedad.

Tenemos un reto más, para reducir el sufrimiento de causa intelectual: Podemos ser generadores de pesimismo, dejándonos arrastrar por todo lo negativo, por el desastre social y económico que viene, opinando contra todos, creando más incertidumbre y enfrentamientos. O podemos contagiar esperanza, diálogo, optimismo, no infundado como una ilusión —ojalá el mundo pueda ser mejor— sino convencido, porque verdaderamente esta oportunidad nos permite cambiar toda nuestra vida.

En mi trabajo he conocido a personas cuyo cáncer ha sido el estímulo para rehacer su vida de un modo mucho más valioso, más centrado, desprendiéndose de lo superfluo, vivir una vida mejor, como algunos pacientes me han dicho, gracias al cáncer. Y no son pocos los que han aprovechado su experiencia para ayudar a otros, crear asociaciones, grupos de apoyo, escribir libros, dar conferencias, es decir han transformado su crisis para bien de muchos.

Tenemos libertad de elegir en cuál de los dos grupos de personas nos queremos encuadrar. Viktor Frankl dice que el ser humano es el ser que siempre decide lo que es: Es el que ha inventado las cámaras de gas, pero también el que ha sabido entrar en ellas musitando una oración. Somos capaces de matar y hacer la guerra pero también de construir la paz y la cooperación. Somos capaces de odiar pero aún más de amar y perdonar. Sólo habrá esperanza en la supervivencia si la humanidad se une en un significado común, afirma Frankl.

A nivel personal podemos usar nuestra reflexión para atacar o desanimar, generando un sufrimiento añadido; o podemos contagiar la esperanza de que una sociedad mejor es no solo posible sino imprescindible y necesaria. Pocas veces en nuestra vida habremos tenido una oportunidad como ésta para dar un nuevo rumbo a esta humanidad que sólo sobrevivirá si utiliza su libertad para construir un modelo de convivencia centrado en la relación de personas conscientes y libres para el bien común.

 

José Luis Guinot Rodríguez
Médico Oncólogo
Presidente de la Asociación Viktor E Frankl de Valencia

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