Valencia 10 de mayo 2020. Semana 8 de aislamiento
Quien nos iba a decir que aguantaríamos dos meses aislados en nuestras casas. Hay cansancio y la vuelta a la vida activa en libertad aún no está cerca, pero ya la vislumbramos en el horizonte y hemos de comenzar a pensar cómo vivir las nuevas fases de este reto que la vida nos ha puesto delante. Toda la vida es un viaje, y durante el recorrido tenemos experiencias diversas, algunas para olvidar, otras para recordar lo que fuimos capaces de hacer ante la adversidad. No podemos dejar este periodo entre paréntesis, como una parte de la historia que preferiríamos no haber sufrido. Todo lo contrario, esta pandemia ha reorientado la brújula de nuestros pasos en una dirección que aún ignoramos. La sorpresa es parte de lo hermoso del viaje, y podemos observar con asombro lo que está ocurriendo, por difícil que sea.
En este recorrido que ha estremecido nuestras biografías, el cambio ha generado sufrimiento en todas las dimensiones que nos constituyen. El sufrimiento biológico o físico provocado por la enfermedad ha afectado a miles de personas y aún estamos tratando de averiguar “qué” es esta enfermedad y cómo manejarla. El sufrimiento psicológico o emocional afecta a millones, y buscamos la respuesta a “cómo” afrontar la pandemia. El sufrimiento en la dimensión social está apenas comenzando y va a durar muchos meses y nos obliga a responder a la pregunta sobre “cuáles” son las consecuencias. Y el sufrimiento de causa intelectual o reflexiva nos lleva a cuestionarnos el “por qué”. Pero el ser humano tiene una dimensión más, la que nos lleva a tratar de encontrar un sentido y significado a todo lo que ocurre. Es la dimensión espiritual o existencial, la que tiene como órgano a la conciencia, la que se refiere a lo que nos hace ser verdaderamente humanos, cuya pregunta clave es ¿”para qué”? ¿Para qué todo este sufrimiento, este reto, esta circunstancia que nos ha empujado fuera del camino? ¿Hacia dónde vamos ahora? ¿Cuál es nuestro destino, nuestro objetivo, la meta que nos gustaría alcanzar como personas y como sociedad?
Todo en el universo tiene una causa, la ciencia a través del pensamiento trata de descubrirlas en una carrera que se prolongará por siglos. Pero los seres humanos además damos un significado a lo que nos ocurre, a los objetos, a los acontecimientos, cada uno según su cultura y su formación. Como no conocemos la causa de todo, debemos llenar las lagunas con interpretaciones, tal como hacen las personas con demencia cuando comienzan a olvidar. Necesitamos construir un relato del viaje de la vida que nos permita mirar adelante y confiar que vamos en la dirección acertada. La búsqueda de sentido es el motivo más profundo para vivir, según Frankl, más que el placer o el poder o cualquier otra razón. Quien no tiene un motivo para vivir está muerto antes de morir. ¿Pero dónde encontramos este motivo? La vida diaria en el presente ya nos da suficientes motivaciones, y es una buena forma de actuar, pero de cuando en cuando las circunstancias nos detienen y cuestionan cuál es el verdadero motivo de seguir adelante, en qué apoyamos nuestra vida. Este es uno de esos momentos.
Nos basamos en la confianza de que existe un sentido último, porque hemos consolidado certezas a través de la experiencia y porque aceptamos lo que otras personas nos dicen, confiando en ellas, a través de la fe. Todos creemos en algo o en alguien. Para unos la fe en Dios da significado a su vida, hasta el punto de que la confianza en un ser superior, en el que vivimos, nos movemos y existimos, y que es amor, da respuesta a toda crisis. Otros creen que Dios no existe y que es una construcción mental de los humanos en el desarrollo de la conciencia para responder al sufrimiento y la muerte, donde la ciencia no alcanza. O creen en las fuerzas de la naturaleza o en lo Absoluto. Hemos de dejar de etiquetar entre creyentes o no creyentes, pues todos creemos en algo, tanto quien cree en Dios como quien cree que no existe o quien tiene dudas o quien es indiferente. Porque tenemos fe en un proyecto social, familiar, personal, religioso o político. No hay certezas, hay confianza de que podemos alcanzar un mundo mejor.
Afirma Frankl que existe un inconsciente espiritual en toda persona, habla de la “presencia ignorada de Dios” pues cada uno en su conciencia, de forma más o menos consciente, trata de encontrar un sentido y significado a todo en la vida. Y es que la creencia en Dios o es incondicional o no es creencia de ningún tipo, dice Frankl; si lo es, permanecerá aunque murieran seis millones de personas en el holocausto; si no es incondicional, se vendrá abajo ante la muerte de un solo niño. Esta pandemia pone en crisis nuestras creencias, pues podemos llegar a descubrir las causas de que ocurra, los porqués, pero no entendemos para qué todo este sufrimiento. Si la fe es frágil puede tambalearse. La vida nos está poniendo a prueba, puede que se derrumben ideas o convicciones que no estaban consolidadas y podemos entrar en una crisis existencial o espiritual en nuestro interior. Si Dios existe, ¿Por qué permite el sufrimiento, el mal y la muerte? Si no existe, ¿qué sentido tiene la vida si todo se acaba con la muerte?
Por extraño que parezca, esta crisis es una enorme oportunidad para que se derrumben las creencias frágiles o demasiado infantiles, y de las cenizas renazcamos personas más fuertes, más resilientes, con menos certezas pero más confianza, capaces de apostar por la propia fe como motivo de sentido para vivir con más plenitud. Es momento de dejar atrás los errores, los fracasos, las equivocaciones y reconciliarnos con quien tenga algo contra ti y con uno mismo. Una tarea individual, inaplazable, imprescindible, para levantarnos un día más con la serenidad de que hasta ahora hemos hecho todo lo que podíamos hacer, preparados para acabar el viaje en el próximo recodo, si fuera necesario; y con la conciencia de haber amado y dado lo mejor de nosotros mismos. Gandhi decía que no pretendía convencer a nadie de su fe sino ayudar a vivir más profundamente la que cada uno tiene. Ayudemos a quien nos rodea a consolidar sus creencias para alcanzar la realización del sentido último o suprasentido, como llama Frankl. En las tres direcciones que propone, cumpliendo nuestro deber a través del trabajo o la creación, entregándonos a un proyecto, una persona, o a Dios, a través del amor, y cuando nos enfrentemos a un sufrimiento que ya no es posible cambiar, transformándonos a nosotros mismos a través de la aceptación.
“Así como un pequeño fuego se extingue con la tormenta, un gran fuego en cambio se intensifica con ella”.
José Luis Guinot Rodríguez
Médico Oncólogo
Presidente de la Asociación Viktor E Frankl de Valencia