Valencia 26 de abril 2020. Semana 6 de aislamiento
Hoy salen los niños a la calle. Un primer alivio del confinamiento que ha permitido controlar por ahora la pandemia en nuestro país. El sufrimiento emocional que provoca el aislamiento comienza a atenuarse, aunque el cansancio se acumula, y hay otros sufrimientos que afrontar. Nuestro sistema sanitario está intentando contener y reducir el sufrimiento físico, salvando miles de vidas, lo más valioso. Pero hay también un sufrimiento de causa social, el motivado por el lugar que ocupamos en el entramado social, y que está comenzando a aumentar. La curva de contagios y fallecidos se aplana, todo un éxito, pero la curva de parados, de excluidos, de pobreza, no para de crecer. Ha llegado el momento de mirar globalmente la situación de todas las personas y comprender que el objetivo no es sólo sobrevivir, sino que es necesario tener medios para seguir adelante y un motivo para vivir.
La pandemia social o pandemia de pobreza que nos espera es inaudita, nadie estaba preparado para el COVID-19, pero nadie está preparado para la crisis social y de pobreza que comienza. Posiblemente sea más dura para mayor número de personas que las muertes que aún van a ir ocurriendo durante meses. Las cifras son abrumadoras, un retroceso en el crecimiento en los países desarrollados de una década al menos, y en los países en desarrollo hasta de 30 años hacia atrás. Y eso es sólo la previsión a día de hoy. Estados Unidos, el espejo de la riqueza el mundo occidental puede llegar a 45 o 50 millones de parados. En España ya hay un 20% de parados y algunas previsiones alcanzan el 25 o el 30%. La macroeconomía se rompe globalmente, pues los países orientales que han sido capaces de frenar la pandemia no van a tener compradores de sus productos en el mundo occidental. Y la situación de Latinoamérica o África es aún más pesimista.
Bajando a la realidad más cercana, las peticiones de comida en los bancos de alimentos ya se han triplicado, muchos autónomos tras mes y medio sin ingresos no tienen dinero para pagar alquileres, hipotecas, ni siquiera para comprar comida. La situación es desesperada. Un padre de familia decía que trataba de distraer a los niños para que se olviden de pedir la merienda, pues no llega para la cena. Y aún no se sabe cuándo podrán abrir su pequeño comercio. Los que viven de lo que ganan cada día no tienen forma de salir de este círculo. El gobierno hace lo que puede, entre opiniones discrepantes pues es muy difícil acertar con una buena solución para un problema de tal magnitud. El subsidio mínimo plantea un enfoque de ayuda social que puede contener momentáneamente este sufrimiento de causa social, pero se cuestiona el tipo de ayuda. No es lo mismo dar el pescado que la caña. Los fondos se agotarán si un porcentaje importante de la sociedad depende de los bancos de alimentos y subsidios. Habrá que crear y fomentar iniciativas de empleo que pasan por los pactos para una reconstrucción social, que están demorando demasiado en una lucha de intereses que quiebra la confianza en los políticos, que tienen la tarea de representarnos y decidir lo mejor para el bien común.
En este escenario, y mientras entramos en la mayor recesión conocida desde la gran recesión del 29, ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros para aliviar el sufrimiento social?
Opinar es necesario, pero no podemos esperar a que otros hagan algo. Cada uno a pequeña escala tenemos una tarea más que llevar a cabo. El sentido cambia día a día y momento a momento, dice Viktor Frankl. Hemos de tratar de ayudar a quien ha perdido el trabajo, la esperanza, a quien no tiene nada, quien no alcanza, quien está probando lo que significa la pobreza y quizás el hambre. Habíamos olvidado en nuestra sociedad del bienestar, que esta experiencia es vivida a diario por millones de personas en otros países menos afortunados, y mirábamos hacia otro lado. Ahora es mi vecino, mi familiar, mi amigo, quien está sufriendo porque va a tener que cerrar su negocio, porque no tiene un euro en el bolsillo, porque no sabe cómo conseguir comida para que mañana sus hijos puedan cenar. Y son más de lo que imaginamos.
Cuando tratamos pacientes con cáncer avanzado se produce un sufrimiento por la incertidumbre ante el futuro, la posibilidad de morir, el sentido de la vida vivida. Pero cuando hay dolor físico intenso, no valen las palabras ni las reflexiones ni la voluntad de elegir una actitud. Hay que eliminar el dolor, si no, es imposible pensar. En esta situación de dolor social extremo, lo primero es dar ayuda concreta, alimentos, ingresos mínimos, como en las catástrofes. Pero en el momento que ese dolor se atenúa será necesario dar un motivo para seguir adelante, de otro modo, se pierden las ganas de vivir.
Tenemos una tarea que cumplir en esta nueva fase, aliviar el sufrimiento social de los más cercanos, de los próximos-prójimos. Y solo hay una manera. Compartir algo de lo que tenemos, no ya de lo que nos sobra, sino de lo que también necesitamos. Quienes tenemos un trabajo asegurado, una pensión más que suficiente, un soporte económico familiar, hemos de entender que el nivel de vida al que estábamos acostumbrados debe cambiar. No podemos quedarnos en nuestra burbuja de comodidad, ajenos a lo que otros han perdido. Por solidaridad, porque en algún momento podemos vernos nosotros mismos en esa situación, por compromiso personal para poner un granito de arena; como decía la Madre Teresa, lo que hagamos es solo una gota en el océano, pero sin esa gota no estaría completo. Y porque no es posible encontrar sentido a nuestra vida si no salimos de nosotros mismos y tratamos de aliviar el sufrimiento de quien tenemos más cerca. La tarea que nos espera es la de compartir, igualar el desequilibrio social que siempre ha existido, sin esperar a que los políticos o los más ricos den un paso adelante. Habrá que legislar, crear estructuras nuevas que den soporte y salida a la crisis económica mundial. Pero compartir con el que está cercano es el primer paso, atentos a lo que se necesita, quizás guardando lo que no estamos gastando durante el confinamiento. Cada uno debe examinar su conciencia y preguntarse qué puede hacer para compartir con quien sufre necesidades, con los más vulnerables. Algo que deberíamos hacer siempre y esta pandemia ha despertado.
El sufrimiento de causa social es provocado por el ser humano y debe ser solucionado por los seres humanos. Pero no sólo por los políticos, sino a pequeña escala por cada uno de nosotros. Sólo si somos capaces de compartir entre personas será posible compartir entre pueblos, entre naciones, hacia una humanidad más unida.
José Luis Guinot Rodríguez
Médico Oncólogo
Presidente de la Asociación Viktor E Frankl de Valencia